sábado, 3 de abril de 2010

AGUAS ATLÁNTICAS



La travesía en aquellos barcos, ni tan cómodos, ligeros ni veloces como los de ahora (aunque es posible que más bellos), ya era una aventura en si misma. Generalmente ibais sentados en la borda con las curtidas piernas al aire, tendidas hacia la mar, prestas a recibir esos primeros rayos de un suave sol y algunas gotas que una onda protestona hacía llegar. Con suerte, a veces incluso veíais pasar unos pequeños delfines (admirados cetáceos que en gallego son arroaces o golfiños), saltando, bordando y alegrando olas, sabiéndose dueños de aquellos mojados espacios.
La compañía y los deseos de hacer algo distinto, lejos de la ciudad, impulsaban el corazón y el ánimo. Buscabas diversión, pero también tranquilidad y la belleza que sabías te iba a rodear. Presumías que sería el mejor de los cobertores y, como un cuidador a tiempo perdido, un educador de estética, silencio y distancia.
Entonces, todavía tú no padecías vértigo. Eso llegó un tiempo después. En aquellos momentos todavía podías asomarte, aunque medrosa, a aquellos acantilados pétreos, a aquellos abismos marinos. Mirarías aquellas moles graníticas, cinceladas y repujadas por agua, viento, siglos de vida, de embestidas de mar, de fuertes soplos del un enfadado Eolo, de aves y de tiempo. También dejarían su huella, historias antiguas, leyendas e imaginaciones perdidas.
La acampada era libre, porque no eran muchas las personas que osabais hollar aquellas islas indómitas, aquellos picos y aquellos paisajes. Lo hacíais además, con un respeto y amor heredados.
Te recuerdo en aquella tienda de campaña que ni siquiera tenía suelo. Allí, durmiendo al ras y pensando que cualquier silencioso animal o bicho de los que poblaban las islas, podría colarse por debajo y sería posible por tanto, despertar con una silenciosa lagartija, cobijada al calor de tu regazo. Nada importaba la tremenda incomodidad, ni siquiera la vecindad y olor de otros cuerpos como el tuyo.
Además, cuando tus huesos se toparan con el durísimo suelo, seguro que regresaríais cansados, pero felices y llenos de energía. Tanto, que muchos se iban al mar, a pesar de que aquellas límpidas y transparentes aguas, en calma o agitadas por todas las brisas, son las más frías que han bañado tu piel y su temperatura se halla en boca de cualquiera que quiera ponderar, conjeturar o alardear, sobre cuál o cuáles son las más gélidas de vuestro entorno.
Aquella caminata nocturna al Monte Faro, alumbrados simplemente (y no todos) por pequeñas linternas caseras o lamparillas de gas, la ayuda que podría prestar el inmenso cielo estrellado y la luna, si estaba lo bastante crecida,  la has guardado como una de las experiencias más inolvidables que has vivido.
Todavía sé que te causa emoción recordar la ascensión. Iniciar el camino con tu gente, tras otros tan locos, con calma, charlando y riendo por todo y por nada, cantando o soñando misterios y miedos. Mirando el camino, iluminado aquí y allá por lucecillas que más parecían luciérnagas que señalaran los pasos que habrías de dar. Y el último tramo de acceso, formado por esas amplias curvas en zigzag, que son como apretadas eses, visibles desde lejos por las pequeñas candelas de otros como tú que, sin pretenderlo, dibujaban hermosos paseos en la noche.
Y al llegar, sabías que no debías profanar la morada o sueño de gaviotas, cormoranes moñudos u otras aves marinas. Era su hogar, allí en medio de la mar, con el batir de su perpetua arribada y la compañía de brisas o vientos, todas las mitologías submarinas, el cielo, tachonado de velas prendidas sujetas por hilos invisibles o, en nublados días, cual boca al averno. Como cualquier otra morada de dioses.
Viviste el placer de mirar, sentir, escuchar y oler: una cúpula de estrellas, la brisa, el aroma, el batir de atlánticas olas y el eterno debate de gentes antiguas, acerca de si tenía razón Ptolomeo al llamarlas las Islas de los Dioses, o Plinio que sencillamente las denominaba Siccas u otros que decían que eran las Casitérides de Herodoto. Estabas allí, siguiendo los inquietantes pasos de fenicios y cartagineses que se aprovisionaban de estaño o, los que todavía resuenan, si prestas mucha atención, de monjes o piratas.

Imagen de Elia Fuentes, "Seixo", Xalundes. (Link al margen).
No deseaba poner una imagen convencional del lugar. El agua de la mar es ya suficientemente hermosa.

19 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Qué privilegio!
Sería posible aún hoy?
Ojalá que si.
Gracias por enseñar tanta belleza con tus palabras.

Besos.

Caminante dijo...

Lo dicho, que esto no se hace, adivino detrás de estas letras las islas Cies y se me avalanzan cantidad de recuerdos encima. Bellisimas tus letras, gracias por llevarme una vez más a tu tierra, a tu mar y a tus islas.

Gala dijo...

Me encanta leer tus relatos.

Un beso con todo cariño

WHO dijo...

Comparto contigo el baño de las olas del Atlántico, ese océano que nos une al resto del mundo, no es frontera sino puerta de encuentro.
Un beso lleno de salitre, Who.

Melba Reyes A. dijo...


Es un placer leer tus relatos.

Salud♥s

Marisa dijo...

Qué bien relatas esa belleza
Atlántica,en aquella libre
acampada, llena de leyendas
y de ancestras miradas.
No digo más, porque tu que lo
has visto, en palabras todo lo
has dibujado.

Un montón de bicos.

Carmen Graña Barreiro dijo...

Qué belleza hay en tu relato Fonsilleda. Y la imagen, excelente y estremecedora.
Mil bicos y gracias por el regalo de tus recuerdos.

matrioska_verde dijo...

yo también anduve por esos lugares, me has hecho recordar mi subida al faro y la frialdad de las aguas...

hermoso paisaje.

biquiños,

Chousa da Alcandra dijo...

Que curioso!; os do interior tamén temos un Monte Faro pertiño. Claro que non foron os dedos de Deus quen o formou, como fixo coas Rías e, nun alarde ou nun despiste, quedáronlle no medio as Cíes...

E despois disme que eu son un poeta. Claro! frencuentando lugares coma este, a ver quen non o intenta!

A foto é brutal. Felicita a Elia por saber captar con tanta maestría e intensidade o poder do Océano.
Para ti un bico do Cantábrico (xa que son de Lugo...)

auroraines dijo...

Lo narraste con todos los detalles
más la foto con el mar embravecido que es ilustrativa de lo que debe ser estar rodeada por él
es de imaginar la aventura en la isla en plena noche ascendiendo el Monte Faro.
Bellos recuerdos, ojalá puedas volver a visitar el lugar!
Un beso

Tatiana Aguilera dijo...

Hermosa narración...Me dejé llevar por tu relato y mi imaginacíón pudo oler, sentir, vivir cada detalle que derramaste en tan inspirado escrito.
Un beso.

Unknown dijo...

Huelo la mar y veo hasta los cormoranes, los monjes y hasta los piratas... Me da una tremenda envidia ese entorno al que tu piel , tus sentidos y toda tú , te hicieron como eres. Acaso un día , incluso con mi maldito vértigo pueda asomarme a ver contigo, algo de lo que me has hecho ver hoy sin caminar a tu lado...

de momento me conformo con ello, porque es precioso verlo en mi mente mientras tú lo narras...

bicos

Y la foto, qué puedo decir de la foto que ya no te haya dicho¡¡¡¡ inmensa como el mar...

paideleo dijo...

Fixéchesme lembrar a miña primeira acampada precisamente nas Cíes.
Case foi igual.

Fernando Gili dijo...

Bien, fonsilleda... bien.

Siempre suyo
Un completo gilipollas

La sonrisa de Hiperion dijo...

Auténtico privilegio, no?


Saludos y un abrazo enorme.

Unknown dijo...

Aprendiendo, siempre aprendiendo y siempre aprendiz..Gracias a tí

Manel Aljama dijo...

Un artículo más que de forma intimista evoca el pasado. En este caso es la naturaleza y sus elementos. Aquí gana en literatura: si en los anteriores aparecían iglesisas, cerrojos, pararrayos, etc. Aquí es la naturaleza inmensa, la del mar, la de los acantilados; ante los que la narradora nos avisa, usando la segunda persona, que no tenía vertigo entonces. Esa inmensidad es reforzada por dioses mitológicos: Eolo, y por la adjetivación y vocabulario empleado: moles graníticas, acantilados pétreos.
Por si quedasen dudas, la fotografía lo dice todo.

Como colofón, el recuerdo de acampadas en condiciones que más de un campista de hoy diría que son más que espartanas, inhumanas: en tiendas sin suelo, despertanto con alguna lagartija o bicho...
Un trabajo bordado que he disfrutado al leerlo.

merce dijo...

...morada de Dioses...

Una hermosura como lo describes.


Un abrazo Fonsilleda.

Manuel dijo...

He vuelto de nuevo a viajar contigo, en primera clase.
Gracias Ana.
Un beso.