martes, 13 de mayo de 2008

LA ELEGANCIA DE MARGARITA

Cuando yo la conocí ya no era joven, era una mujer mayor con una sonrisa siempre a flor de labios, con una ganas de vivir y un espíritu tan jovial que, sencillamente, seguía participando de todo y se interesaba por casi todo lo que sucedía a su alrededor.

Tenía un marcado interés por conocer y saber y seguir aprendiendo y no le dolían prendas en reconocer que su educación, como la de tantas mujeres de su edad y quizá peor las de su posición, había sido nefasta.

Había nacido en el seno de una "familia bien" en una pequeña ciudad, donde supongo que los convencionalismos eran todavía mucho más acusados. Pero ella no era nada convencional, aunque su educación lo hubiera sido; ella aceptaba el paso del tiempo con sus cambios y nuevas formas, de la manera más natural. Lo único que detestaba era la falta de educación y los malos modos. Por lo demás, pasaba por una persona de su tiempo: aquel en el que la conocí.

No renegaba ni de su origen de niña bien, ni de esa educación, pero si reconocía sin titubeos y sin ninguna clase de pudor, que no le servía para nada más que para saber gobernar y llevar una casa, con acierto y gusto, eso sí. Y cuando yo le decía que cocinaba como "los ángeles" y que yo, por ejemplo, no sabía, ella contestaba que eso no le había dado de comer, y que, lamentablemente, tenía que depender de otros, mientras que yo era una persona independiente, que no necesitaba de nadie para sobrevivir y que a cocinar podía aprender cualquiera en cualquier momento.

Había estudiado francés, piano, bordaba estupendamente y, aprendió a cocinar para poder llevar la casa de su padre, junto con sus hermanas. Todas esas cosas debían adornar a toda jovencita que se preciara y más si era de buena familia y si aspiraba a casarse y tener hijos. Pero en ella brillaban sin esfuerzo ni presunción por su parte, de una manera totalmente natural y con una sencillez pasmosa.

Sus buenos modales eran cercanos y no te hacían sentir incómoda sino que te obligaban, sin darte cuenta, a tratar de hacerlo como ella, cosa harto difícil.

Su sonrisa estaba siempre ahí y, además, se esforzaba por complacer. Todos éramos para ella, guapos y buenos, pues tenía esa facilidad para ver en los demás, solamente lo mejor. Y no se daba cuenta de que era precisamente en su persona en la que la bondad y la belleza estaban presentes.

Y su vida no había sido nada fácil. Cuando ya era mayor, su economía dejó de ser lo que había disfrutado sin esfuerzo toda la vida. Y no se arredró, antes bien, creo que en ese momento su auténtica valía se hizo notar más. En el tiempo que compartimos jamás le oí una queja, ni un leve lamento, si acaso sólo se lamentaba de no poder regalar más, de no poder repartir lo que ya no tenía, de no poder hacer la vida de los que estábamos con ella, todavía más fácil.

Era delgada y no era precisamente guapa, pero tenía el atractivo de la elegancia del espíritu y la otra, la que se ve por los ojos. Su largo pelo gris estaba siempre pulcramente enrollado en un moño y con un peinado que sólo ella llevaba. Quizá era un peinado antiguo, pero en ella lucía como si hubiera sido hecho por el peluquero más moderno. No llevaba ropa cara, ya no podía, pero no importaba nada porque cualquier trapito en ella, se hacía importante. Y tenía estilo, siempre estaba hermosa.

Margarita, la elegante, la madre de Juan, la única abuela que mis hijas conocieron, también se nos fue un día, casi silenciosamente, sin molestar, como había hecho siempre.

Imagen: galeriacelina.googlepages.com: "Cesto con margaritas".-

2 comentarios:

Pilar dijo...

Hay quienes pasan por la vida dejando sus huellas grabadas, de las cuales, muchos aprendemos mientras vamos tras de sí por el camino. Ellos no precisan pisar fuerte, ni alardear sobre tantas sendas andadas. Ellos hablan desde su silencio, desde sus miradas, desde sus sonrisas.
Me alegro el que pudieras gozar una “margarita” en tu huerto, Fonsilleda.

Un abrazo con aprecio
Yo, la encaramada!
Pilar
:)

fonsilleda dijo...

No sabes lo que me alegra el verte por aquí "querida encaramada" del sur.
Me temo que tu también eres una especie de margarita.
Siempre que quieras serás bien recibida, ya lo sabes.