domingo, 11 de noviembre de 2007

ESTA LUZ

En España y supongo que también en los demás países del Mediterráneo, se oye frecuentemente hablar y ponderar la límpida y transparente luz que existe en las zonas bañadas por dicho mar y yo no tengo nada en absoluto en contra. De un intenso y transparente color azul, me parece preciosa.
Pero en este larguísimo otoño que estamos quizá ya padeciendo, sin una triste gota de lluvia, tengo que referirme casi por obligación, a un sentimiento que posiblemente arranca de mis primeras reflexiones sobre la belleza.
Hace años, sentada en mi trabajo ante un enorme ventanal que daba a esa gran Plaza de Compostela, bien vestida de añosos, variados y espléndidos árboles, algunos inmensos, de distintas variedades, de hoja caduca y perenne, unos incluso florecidos o empezando a florecer, aprendí a admirar el otoño y a dejarme sumergir en el espectáculo, pues en los atardeceres soleados, de pronto, me veía literalmente bañada en su luz.
Esta luz, la luz que me "revuelve", que me hace vibrar y que me hace amar profundamente esta época del año por su espléndido cromatismo, por sus innumerables matices, distintos cada día, es esa luz indescriptible a la que muchas veces intenté poner palabras y que sólamente la he encontrado y vivido en todo su esplendor en esta tierra.
Confieso que, finalmente, nunca he sido capaz de definirla pero sus mezclas de luminosidad, dorados y brillos que, dependiendo de donde se refleje o lo que ilumine, incluso lo que atraviese, abarcan, juntos o no, toda la paleta de dorados, amarillos, marrones, pardos, rojos, morados, incluso verdes y de nuevo, dorados y que, filtrados por la humedad del ambiente, bañan las rías, los ríos, el mar, los montes, las carreteras y los pueblos y ciudades, en unos atardeceres sin nombre, es esta luz.
Y esta es la luz que he querido hacer mía, la que yo amo sobre todas las demás.

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