sábado, 10 de noviembre de 2007

ESA SOLEDAD BUSCADA A VECES

Aquel ya lejano día había disfrutado mi soledad plenamente, con tranquilidad, despacio y mirando, como si mi soledad fuera, lo que creo que es en realidad, ni siquiera una opción, sino un deseo satisfecho sólo muy pocas veces.
Había paseado las calles de la ciudad mirando, con las gafas puestas y los ojos y oídos bien abiertos, mirando siempre, oyendo pequeñísimos retazos de otras conversaciones distintas a la que mantenía conmigo misma e, incluso, quizá, otros pensamientos.
Había escrutado los rostros de las personas con las que me cruzaba, para penetrarlos y descubrir que también eran como yo gentes que iban y venían con sus problemas, trabajos, disgustos y alegrías. Como yo. Gentes con sus vidas, quehaceres diarios y rutinas.
Había disfrutado paseando, perdiendo el tiempo al entrar en cualquier tienda para preguntar por esto o aquello que, desde luego, no pensaba adquirir, por el simple placer de cruzar un par de palabras con aquellos desconocidos. Y mirando, siempre mirando.
Aquellas gentes y yo, formábamos seguramente un minúsculo punto en la rueda de la vida, en el universo y éramos tan, o tan poco importantes como nosotros quisiéramos.
Y me había percatado de que no me importaba compartir mi espacio, su espacio, nuestro espacio. No sólo no me importaba, sino que era agradable e incluso necesario.
Y ¡qué extraño!, esa soledad, conseguida pocas veces pero vívamente deseada a ratos, me había enseñado a compartir, me había enseñado a mirar de nuevo y con ojos distintos cada vez, con la mente abierta y el corazón dispuesto.
Poco a poco me había dado cuenta de que mi vida era, acertada o no, la que yo había querido y elegido, con sus errores y aciertos, y que, aún buscando y necesitando de vez en cuando ese pequeño reducto de soledad, tanto esa soledad como esa vida mías, eran maravillosas.

No hay comentarios: