sábado, 24 de noviembre de 2007

CARBALLOS Y CARBALLEIRAS

En aquel pueblo mío, nuestro, del que a veces hablo, había muchas robledas (carballeiras), pobladas de robles y algún que otro árbol o arbusto, incluso hierba y malas hierbas, pero los vecinos y especialmente los niños, teníamos parques por todos lados. Esas robledas, debido al desarrollo que ha tenido la zona (a veces maldigo el progreso, no, mejor, cierto tipo de progreso), han ido desapareciendo poco a poco, hasta quedar muy pocos vestigios de lo que hubo. Por suerte, en los últimos años el gobierno ha empezado a preocuparse y una de las robledas que quedaba, de propiedad particular, ha procedido a catalogarla lo que impidió que "se tocara" y eso propició que, finalmente sus dueños, supongo que ante la imposibilidad de hacer un buen negocio, la hayan vendido al Ayuntamiento, quien ha hecho un parque público.
Pues bien, todo ello viene a colación para explicar que yo, cuando me trasladé a esta atlántica ciudad, durante mucho tiempo, a pesar de los maravillosos espacios que conforman esta ría y que proporcionan gran placer a mis ojos, incluso diría que tranquilidad al (a veces maltrecho) espíritu, echaba de menos los robles, aquel paisaje.
Cuando alguien comenta que echa en falta paisajes determinados, generalmente y no sé por qué, suelen ser paisajes de mar o de alta montaña y a mí me faltaba un dulce y ondulado paisaje de interior y especialmente extrañaba las robledas y solía buscar sus árboles que por esta zona son bienes muy escasos. Respecto a este sentimiento, me creía rara y todavía me veo así.
Unos años atrás, cuando hacía algún tiempo que yo no iba por aquel pueblo (no recuerdo los motivos, aunque los supongo sentimentales), nos reunimos allí casi toda la familia, pues la Asociación de Amigos del mismo, nos dedicaba un homenaje porque éramos recordados, incluso los que ya no estaban, lo cual ya era muy emocionante.
Ese tipo de reuniones, que hacen de vez en cuando y con gran asistencia de gentes que por nacimiento, simpatía o lo que fuere, tienen o han tenido algo que ver con el pueblo, suelen celebrarse, si el tiempo lo permite, en una aldea muy próxima, Xiador, que se conserva, incluso un poco mejorada y más cuidada, casi igual que la recuerdo.
Llegamos allí y mis primeras lágrimás (luego, disimuladamente hubo otras) cayeron cuando me paré, miré (siempre las miradas) y me vi rodeada de la grandiosidad de aquellos árboles, de su frondosidad, de sus rugosos y gordos troncos, cuya corteza gustaba de tocar, de los años que tenían, de los espacios de sol que iluminaban algunas zonas de hierba que crece entre ellos y que puedes usar casi como si del césped más mimado se tratara, de las sombras que proyectaban sobre la misma que acogen a todo el que quiera disfrutarla, de su presencia. Me dio vergüenza, como siempre que mi sentimentalismo o sensibilidad aflora, y con las manos disimulé y sequé mis lágrimas.
Pero eran mis robledas, mis árboles, mi paisaje. El paisaje que está anclado, como los barcos en los muelles de esta ría, en mi corazón.

2 comentarios:

Cachito dijo...

Disimuladas o no, ¡cuántas lágrimas hubo aquel día! Y, lo bueno es que, salvo algunas referencias a los que no estaban entonces, la mayoría eran de alegría y emoción. Faltaban muchos, pero aún pudieron disfrutar aquel día, y me consta que lo disfrutaron, algunos que, ¡maldita sea!, no están ahora.

fonsilleda dijo...

Si, todo cierto. Parece que hasta mis carballos se pusieran de acuerdo para acogernos y abrazarnos con sus frondosas ramas.