miércoles, 5 de septiembre de 2007

Mesa de relojero




Ramón María del Valle-Inclán: "LA SUPREMA BELLEZA DE LAS PALABRAS SÓLO SE REVELA, PERDIDO EL SIGNIFICADO CON QUE NACEN, EN EL GOCE DE SU ESENCIA MUSICAL, CUANDO LA VOZ HUMANA POR LA VIRTUD DEL TONO, VUELVE A INFUNDIRLES TODA SU ARMONÍA".





Soy aficionada a los puzzles en forma de "Mesa De Relojero", me gusta ir poniendo pieza a pieza, montando "los castillos" con forma rectangular, que muy rara vez se me resisten y, de vez en cuando, cuando los resuelvo, me tropiezo además con alguna auténtica joya, como la que creo que forman las anteriores palabras de Valle-Inclán.
Cuando era niña en aquel pueblo nuestro, en alguna ocasión he visto la mesa del único relojero y, efectivamente, aquella mesa era un caos, supongo que para todos excepto para el propio relojero. ¿Cómo era posible que tan diminutas piezas fueran acoplándose unas a otras, o unas junto a otras, o unas enganchadas o atornilladas a otras ocupando su espacio, generalmente en una pequeña cajita que, además, solía ser redonda?. Me parecía a mí mucho más difícil ordenar un espacio redondo con piezas que eran de las más variadas formas, pero aquel relojero lo conseguía, supongo que como una gran parte de ellos; lo hacía concienzudamente, despacio, pero somo si de una actividad cualquiera se tratara.
Es posible que este recuerdo haya sido parte de lo que me llamó la atención y me impulsó por primera vez a resolver dichos pasatiempos que de ninguna manera quiero comparar, pero que en alguna medida, me aproximan un poco a aquellas mesas y, al mismo tiempo, el resolverlos, me da una satisfacción, que podría acercarse a lo que debían de sentir los relojeros y, al propio tiempo, me acercan de otra manera, también a las palabras.
Es cierto que las palabras tienen música y armonía, sobre todo, y ésto es para mí lo sorprendente, cuando están bien colocadas una al lado de la otra (como las piezas del relojero), cuando cada una encuentra su lugar, que tiene que ser ése y no otro cualquiera, de la misma manera que tiene que ser esa palabra y no otra, aunque haya más con el mismo significado. Y cuando ésto sucede así (sin siquiera pensar en la poesía que ya es el colmo de la musicalidad, de la armonía y de la expresividad), cuando tus ojos se pasean por alguna frase, por algún párrafo y, más difícil pero factible, por algún texto, incluso a veces por un libro entero, en el que el autor lo haya conseguido, sientes la necesidad de que tu pensamiento traduzca las palabras en sonidos para que se produzca una especie de milagro, el milagro que cita Valle-Inclán: el de que las palabras retomen toda su armonía. Armonía, musica, significado y contenido, ¡casi nada!.
No me sucede muy frecuentemente pero alguna vez que otra una novela me ha producido esa sensación y la he finalizado sin saber muy bien si me había gustado por la historia en sí o por la músicalidad que yo oía y sentía.









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