jueves, 21 de mayo de 2009

ERA ASÍ


Imagen: "Burning Patience", de Karin Kuhlmaann. Me parece perfecta para la maravillosa dualidad de mi tío.

Últimamente, quizá sea debido a las recientes, o no tanto, pérdidas soportadas, en cuyos momentos no sé por qué mis sentimientos se empecinan en hacer balance, me viene su imagen machacona y persistentemente. Y, debe ser porque, aunque de pasada sé que lo he citado, nunca hablé de él a fondo. Lo merece y, sobre todo, merece figurar aquí.
Le veo estos días con sus manazas, su narizota, sus orejas (en las que, en algún crudo invierno, le salían sabañones, por lo que siempre estaban ahí, de protagonistas, en primera persona) y su presencia entera entrañable, querida y recordada. Evocada siempre además, y eso creo que es lo bueno, con una sonrisa en mis labios y la ternura de compañera infatigable. Vuelvo a reconocer su paciencia casi infinita con los niños y con las debilidades ajenas, su bondad, sonrisa y la torpe caricia de sus manos.
Hablo de Chepepe, mi tío, el padre de Pepiño (a quien en otro momento dedique un afectuoso y dulce recuerdo), uno de los hermanos de papá que no recuerdo exactamente si era el 4º o 5º.
En sus años jóvenes se había ido, con alguno de sus hermanos, a esa ciudad, casi encantada y acogedora que fue siempre para los de mi casa, Buenos Aires. Se habían ido como tantos buscando una vida mejor. Pero el destino quiso que él, Chepepe, regresara, quizá con el único fin de que el mundo pudiera conocerle, quererle y admirarle con el remoquete que el paso por esa ciudad permitió añadirle.
No volvió a ser Pepe o José, pasando como quien no quiere la cosa y de la manera más natural y simple, a aceptar y rebautizarse con el nuevo apelativo. Así llegaron, hasta su triste desaparición, montones de cartas a aquel pueblo: “Sr. Chepepe, y el nombre del pueblo”, sin más.
Los mayores de aquel pueblo suyo y mío, quizá se vieran obligados a conocer su nombre y apellido y así, si alguien preguntaba por él, pudieran contestar: “¡ah!, si, Chepepe”. Pero no los jóvenes, desde luego, que sólo lo conocían así.
Creo que siempre pudo sentirse orgulloso de su filiación adquirida, no por nacimiento sino por méritos propios. Se lo había ganado. No fue mi tío, fue “mi Chepepe” y su fama corría pareja a su simpatía, y bondad.
Carácter bienhumorado que volaba en cuanto se sentaba a una mesa para jugar "la partida". Aquel hombre sosegado, afable y tranquilo, dejaba paso a aquella otra personalidad distinta que supongo que tendría que vivir agazapada en algún lugar de su interior. Quizá, incluso, como contrapartida o para que brillaran ambas.
El casino que estaba enfrente de mi casa, en verano, cuando los calores apretaban, abría sus balcones para dejar entrar aire fresco y quizá, es posible que para que las cartas que Chepepe furioso lanzara por los aires, tuvieran un lugar por el que salir de la sala y no se dieran de bruces contra unas simples paredes. Volando, eran, cuando menos vistas y admiradas.
Mientras fue posible, cuentan que Don Alfredo, el médico de preciado recuerdo, solía jugar siempre de pareja con él, como diversión o porque quizá era el único que conseguía soportarlo. Me los imagino y sonrío al intentar colocarlos frente a frente: la flema, sosiego y el buen hacer del médico, frente a una furibunda furia cuando las cosas les iban mal, para divertimento del primero, con aquella simpática risa callada y quizá, incluso, con sus pullas o puyas; es posible que las dos cosas.
Y, menos mal que el tráfico no era casi, porque el casino estaba en la calle principal.
Y al terminar la partida que fuere, hubiera ganado o perdido (en este caso supongo que con un poco más de esfuerzo) y como por un ensalmo, volvía la sonrisa y la cachaza a su ser.
La fama de mi tío llegó a ser tal, que recuerdo que algún viajante, comentó que solía pararse en el pueblo, para poder asistir (como a un espectáculo divertido, extravagante o peculiar) a una partida en las que él era protagonista principal.
Eran, además (porque luego, casi siempre con nocturnidad y es posible que alevosía, había otras en las que corría el dinero), partidas sanas en las que supongo que se apostaría el café y poco más.
No fue eso lo único que trajo de Argentina, si había que preparar un asado, en aquellos lejanos días, en nuestro lugar y para tales juergas masculinas, era Chepepe el que lo hacía.
Y en su precioso ultramarinos todos hemos disfrutado alguna vez, del amor y habilidad que ponía para sacar de los jamones, las mejores y más sabrosas tajadas.
A él debo parte de mi felicidad infantil que cada día aprecio más, porque más la valoro.

10 comentarios:

XoseAntón dijo...

Sin duda, Fonsilleda, tan pronto como haya leído esta entrada, Chepepe habrá detenido la partida, cambiado de humor y, orgulloso, muy orgulloso de su sobrina, se la mostrará a sus ya eternos compañeros de juego.

--Veis --les dirá--, esta es mi sobrina, mirad lo bien que escribe. --Y una vez más saldrá victorioso. Sin conocerlo, soy capaz de imaginar su sonrisa.

Bikiños

jogonzaglez dijo...

¿Jugamos esta partida?

Ciertamente, haber vivido experiencias similares, como ya comenté en otras ocasiones, hace que se valore más, si cabe, tener a una señora capaz de dar fe de todo aquello que viviste en tus carnes de una manera tan especial: el tío Panchón (grandote en cuerpo y alma), bondadoso, narrador de historias fantásticas de sus años antillanos, el ambiente de ultramarinos (el nombre lo dice todo), las partidas de dominó venidas de las Américas, las batallas animadas en aquellos lances de mesa…
Tener la capacidad de expresar todo aquello con tanta exquisitez, tanto agradecimiento y tal cariño significa, comunicar al mundo, el reconocimiento público a aquellas personas que formaron una parte tan importante de nuestras vidas.
Me traspones, Fonsilleda, porque así te llaman los cormoranes que te visitamos. Siempre lo haces.
Es, en estos lances íntimos de tu memoria, donde te cubres de gloria y eres certera en la diana de, algunos al menos, de los que te leemos.
¿Quieres que sigamos jugando otra partida?

auroraines dijo...

Buena presentación de como era tu tío
en tu relato y de tu cariño hacia él
y que lindo recordarlo con una sonrisa en los labios.
Gracias por compartir tus recuerdos.
Un bico

Manuel dijo...

Sí, creo recordar lo de Pepiño, que también era de armas tomar. Lo especificas todo tan bien que los estoy viendo. No en vano en mi pueblo tambien se montaban las famosas partidas (con el médico por en medio, claro). Me gustan tus memorias y las que se desarrollaron en tu pueblo.
Un beso.

matrioska_verde dijo...

bonito homenaje... es bueno reconocer quien nos hizo bien.
biquiños,

La sonrisa de Hiperion dijo...

Preciosa la historia.

Saludos y un beso!

Tétis dijo...

Fonsilleda

Mais uma história linda, uma recordação carinhosa do passado.

E a tua maneira de escrever, de nos narrares esses momentos vividos, de nos fazeres (re)viver juntamente contigo... bem, sobre isso já não sei que mais dizer. Apenas digo e repito que sou tua "fã" incondicional.

Maravilhada, como sempre.

Bikiños

Anónimo dijo...

Como siempre Ana, un relato cargado de emociones que vislumbran no sólo tu buen hacer con las palabras, también con aquella memoria que graba tus recuerdos con tanta perfección.

felicidades!!

besos.

Unknown dijo...

Me has recordado otras partidas, mi padre jugando con otros hombres y yo muy niña... el olor y el humo del tabaco...y los brazos de mi padre...Si cuando pasan los años se aprecian más ciertas cosas...Chepepe estará encantado , sabes que casi todos nosotros tenemos algo de dualidad, fijate verás como si, entre ellas andamos y a veces son más de dos ;-)

bicos, bicos

Anónimo dijo...

Cuando permites que los recuerdos cristalicen en palabras, la magia que se crea al leerlas es de un calibre tan grande que pareciese que esos recuerdos fuesen nuestros. Chepepe sentado a mi lado, más bien yo al suyo, y sus cartas volando ante mis propias narices mientras esquivo el desafío de su furia.
Maravilloso.

Besos