miércoles, 7 de mayo de 2008

DE REGRESO A CASA


Aquel día volvíamos a casa después de pasar un par de días en la de unos amigos al Norte de León y ellos nos acompañaban con sus niños, para pasar el día juntos, pero en otro coche para poder retornar.
Era muy temprano un día 2 de un Junio de hace ya algunos años y ascendíamos hacia las cumbres que separan Castilla-León de Galicia.
Cuando salimos de Ponferrada hacía un espléndido día casi de verano, pero a medida que iniciamos la subida, comenzaron lentamente a aparecer unas nubes que, poco a poco, se fueron convirtiendo en auténticos nubarrones que presagiaban que las cumbres estarían, como poco, lluviosas y muy grises.
Recuerdo que yo iba bastante malhumorada precisamente porque las panorámicas, o no las podríamos disfrutar o, simplemente, estarían ensombrecidas por un manto de agua.
Efectivamente, comenzó a llover, primero tímidamente y, poco a poco, con intensidad.
Sin embargo de pronto comencé a ver entre la lluvia lo que parecían pequeños ampos.

-Parece que está empezando a nevar -dije
-Estás loca, no puede ser -fue la respuesta que obtuve.

Pero ya lo creo, poco a poco las gotas de lluvia se fueron convirtiendo en copos de nieve pequeños al principio, pero luego ya bien formados, blanquísimos, esponjosos y grandes.
Así que, a medida que nuestra ascensión continuaba, las cunetas se iban tornando blancas y la hierba y los árboles iban cubriéndose.
Cuando llegamos a O Cebreiro, toda la aldea, con sus pallozas, estaba completamente cubierta con unos 15 o 20 centímetros de nieve. No recuerdo si era día de labor pero quizá fuese sábado o domingo porque la aldea estaba impoluta y sin una pisada que enturbiase el espectáculo.
Porque a un auténtico espectáculo fue a lo que asistimos. O Cebreiro está justo en la cumbre, ya en Galicia y se trata de una pequeña aldea que tiene aparte de unas pocas pallozas, la pequeña iglesia prerrománica de Santa María la Real que data del siglo IX y que, como es menester, cuenta con su propia leyenda y poco más.
Así que llegamos a un lugar mágico en el que el tiempo parece haberse detenido, envuelto en un halo tan mágico como el propio lugar.
Las pallozas son construcciones circulares u ovales con un techo cónico de tallos de centeno y paredes bajas de piedra, posiblemente herederas de las antiguas construcciones de los castros y hasta hace no demasiado habitadas. En ellas las gentes convivían con el ganado.
La iglesia y las pocas y pequeñas casas tienen los tejados de pizarra, como conviene para esas altitudes y ese clima, pero en ese momento no se veían. Era todo un espléndido blancor y piedra, con la vegetación de alrededor también cubierta.
Aquello no parecía real, era la típica estampa en la que colocaríamos encantados el Portal de Belén, tan es así, que al bajarnos para entrar en el templo y una palloza que se puede visitar, sentíamos que estábamos de alguna forma rompiendo un hechizo y manchando con nuestra presencia la magia del momento y lugar. No creo que pueda olvidar fácilmente la magia, el momento, ni las sensaciones experimentadas en aquel no tan lejano 2 de junio.
La preciosa leyenda dice que en un día de invierno y fuerte temporal, un vecino de Barxamaior subió como era su costumbre para oír misa. El monje que lo ve llegar, todavía se burla del esfuerzo que hace, total para ver un poco de vino y pan. Sin embargo, durante la consagración, el vino y el pan se convirtieron en carne y auténtica sangre ante los ojos del irreverente monje. En una vitrina se conservan el cáliz y la patena donde se produjo el milagro, así como el relicario con la carne y sangre de Cristo.
Otra leyenda un poco más subterránea, propaga que éste es el auténtico grial.
Imagen extraída de Google - SantiagodeCompostela.com

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