martes, 2 de octubre de 2007

Madrina y Padrino

Friedrich Nietzsche.-Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos.
Sigmund Freud.-La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas.
Platón.- Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro.

Vienen las anteriores frases a cuento porque quiero hablar de dos personas muy importantes en mi vida y, creo que lo que en principio mejor las define, es que eran una mujer y un hombre buenos. También eran mis padrinos María (para mí siempre fue madrina y así la terminaron llamando también mis hijas) y Manolo (para mi siempre fue padrino y así lo llamaron mis hijas). Ella era hermana de mi padre, soltera y toda su vida vivió con nosotros, en nuestra casa que también era la suya y él era mi cuñado el marido de Purita, mi hermana la mayor y que para mí, como ya estaban casados cuando nací, siempre fue parte de mi familia. Madrina creo que empeñó su vida al servicio de todos nosotros, siempre estaba ahí cuando por una razón u otra faltaban papá y mamá o sustituyéndolos cuando era necesario. Era exigente y tenía genio, pero nunca recuerdo que protestara porque le tocara hacer algo que había que hacer. José Ramón y Mauro la volvían loca porque se metían con ella y el enfado, aún cuando tuviera que salir corriendo detrás de ellos, le duraba nada. No creo que pueda volver a ver dos cuñadas que se llevaran tan bien como mamá y madrina; tenían tan asumidos sus respectivos roles que cojeaban si a una le faltaba la otra. Ella era la que iba a las compras, a la feria. Era muy religiosa y buena y por sus rudas y delicadas manos que lo mismo cosían y te hacían un vestido, que cocinaban o jugaba una partida de brisca o, incluso si se terciaba, te daba con los nudillos de una forma muy especial en la cabeza, pasamos todos. Si hay un cielo, nos estará esperando allí, seguro que hacíendole túnicas (o remendándolas) a los angelitos.
Padrino era maestro y, de alguna manera también empeñó su vida al servicio de sus alumnos y, como todos nosotros, en uno u otro momento pasamos por sus didácticas manos, también estuvo a nuestro servicio. Era guapo, un poco presumido, recto y no creo que yo pueda llegar a conocer a alguien con una vocación de enseñanza como la suya. Siempre traraba de que aprendiéramos pero intentando despertar en nosotros, el afán de saber, la vocación de aprender y la responsabilidad de querer hacerlo. Nunca nos obligaba porque creía que éramos nosotros los que teníamos que obligarnos y nuestra la responsabilidad. Tenía una maravillosa letra y no puedo olvidar ninguno de los apuntes que nos repartía, todos hechos a mano: las letras mayúsculas (que todavía veo nítidamente). A pesar de sus explicaciones y de las múltiples veces que hice aquellas letras, con sus "trazos magistrales", no he podido llegar a tener una bonita letra, pero no creo que a pesar de todo, a él le importara; su satisfacción y placer mayor era la enseñanza y vernos crecer, aún a pesar de no seguir todas sus enseñanzas y ejemplo. Conservo, algunos de sus pequeños y didácticos libros que, aunque fotocopiado para su encuadernación, estaba en original escrito e ilustrado a mano y, por supuesto, con su letra y sus dibujos. Era muy religioso y bueno y, si hay un cielo, seguro que tiene un aula en él.
Reconozco que soy muy afortunada de haber tenido dos personas tan buenas y entregadas, tan cerca de mí, a pesar de que, ahora mismo y tristemente, la bondad parece que ya no fuera necesaria y no está de moda.

No hay comentarios: