miércoles, 29 de agosto de 2007

Nuestra casa

Aquella casa no era solamente un hogar. Aquella enorme casa era un ser vivo, era algo que te ofrecía posibilidades de diversión, esparcimiento, escondite, amparo, protección, convivencia, dolor y alegría.
Tan es así que, incluso alguna de las habitaciones tenían nombre propio: "El séptimo cielo", "El teléfono", "La droguería" (o "la tienda")..., luego ya venían las de nombre más común, aunque quizá no tanto: la cocina (que era también comedor, sobre todo en invierno y que merece comentario aparte), la bodega, el patio, el comedor de arriba, el de abajo, la galería, una delante, a la calle, la otra preciosa, que daba sobre el patio, la habitación de papá y mamá (o Manana y Pachí que tanto monta), la de madrina (siempre compartida con alguien más), la de Eva y Amparo... y todos los demás dormitorios por los que fuimos pasando todos nosotros y en los que, ocasionalmente, también vivían por un tiempo otras personas, otros personajes, así como los que a veces pasaban sus vacaciones o nos visitaban.
"El séptimo cielo", ¿es posible un nombre más bonito que ése para un cuarto?. Quizá hoy día nos limitaríamos a llamarlo multiusos, pero no, allí en aquella casa tan viva era "El séptimo cielo", una pequeña habitación donde Madrina, que era un poco su gobernadora, tenía su "laboratorio de costura" y era allí donde, durante años, se reunía con Purita y Carmela (que venían desde sus casas en "Las Baratas") y quien se quisiera unir a las tertulias. Allí se bordaba, se confeccionaba, se hacían disfraces y se disfrazaba uno, se remendaba y se cotilleaba de lo lindo, pero también se cantaba, se reía, se compartían sentimientos, diseños, recetas de cocina y de vida. Ocasionalmente también, madrina por exceso de trabajo, prestaba su puesto a, por ejemplo la siempre recordada Angelina, que venía a prestar apoyo y buen hacer en los trabajos de costura. Era también para nosotras las niñas, un lugar de recreo, de disfraces desde luego e, incluso, de misterio pues, el armario empotrado que tenía, albergaba, amén de retales, telas, libros y otros restos, toda clase de cosas e información que nosotras juzgábamos raras y desconocidas. Era por tanto también un reducto de aprendizaje de aquellos asuntos de los que generalmente no se hablaba. Un día me contaron que "El séptimo cielo" había sido el título de una película. He buscado y he localizado dos films con ese título, uno de 1927, de cine mudo y otro de 1937. Es lógico, claro, una casa viva tenía que albergar también espíritus de otras vidas... Por descontado que este cuarto se encontraba en la parte más alta de la casa.
"El teléfono" con su maraña de cables, clavijas, timbres, manivelas y las distintas etapas por las que pasó, que señalaban los avances ténicos por los que pasaba la vida, era también lugar de reunión para la familia y para cualquier persona que se acercara a vernos. Allí se organizaban divertidas, ingenuas y ruidosas timbas de mujeres. Allí también se cotilleaba, se iniciaban o terminaban romances, se coqueteaba o se hacían grandes y pequeñas confidencias. Era un poco la casa de todos, un punto de cita y referencia.
"La droguería" (o "La tienda"), era el feudo de papá. Era el lugar en el que quería gobernar como si de un dictador se tratara, pero al que mamá conseguía colarse, de una manera muy inteligente y sutil, siempre que quería y le interesaba. Más tarde también lo haría Marycarmen que ayudaría a mamá con el escaparate, el orden y la limpieza, con gran desesperación por parte de papá. Era el sitio al que, todos los lunes se asomaba Chico para comentar y discutir de los partidos del domingo. Chico como papá, era celtista y mamá, supongo que para llevar la contraria, se declaraba del Deportivo. Aquel lugar era negocio, durante un tiempo sucursal bancaria (más tarde se instalaría el Banco, con papá al frente, en aquel bajo, después de una división en la tienda), pero sobre todo, lo que más recuerdo, era su función de consultorio con carácter general. Por allí pasaban personas para tratar los temas más diversos: con qué fumigar, qué echar a la cosecha, qué se podía hacer en éste o aquel asunto, cómo se podría arreglar tal cosa, a dónde habría que ir o con quién habría que hablar para arreglar tal o cual papel, qué había que hacer para embarcar para América... Y allí estaba papá, que era también "O Ferrador", don Perfecto, El Patrón, Pachí, pues con todos esos nombres era conocido, para dar consejos y brindar ayuda a quien la quisisera o necesitara. Y así, si había que viajar a Vigo para arreglar papeles de cualquier futuro emigrante, lo hacía. También era, como en las reboticas de los libros, lugar de discusión y debate de política y actualidad, dependiendo de quien fuera la o las personas que pasaran por allí.
Fuera, en el patio que estaba casi cubierto por una gran parra y que a veces, en verano, cuando el calor apretaba, se convertía en otro fresco comedor, había una lareira/bodega, en la que se almacenaba la carne salada de la matanza y se curaban y ahumaban los chorizos, colgados en ristras, todas igualitas y perfectamente alineadas, ninguna de las cuales, no sé cómo, sobresalía de la anterior o la siguiente. Esta lareira era protagonista, aparte de durante la época de la matanza, en el carnaval pues allí se desplazaban, generalmente madrina y Amparo, armadas de trípodes, sartenes tocino y el consiguiente amoado (escapando de una cocina en la que entraba y salía gente contínuamente, para evitar los "robos de prueba"), para hacer aquellos platos con auténticas montañas de riquísimas filloas. Era ésa la única manera de conseguir las montañas, a pesar de que, los que lo sabíamos, nos dábamos nuestros paseos, cada vez que se nos ocurría, aún exponiéndonos a los gruñidos de las esforzadas cocineras y a una torta que otra en la mano. Pero compensaba porque, o había alguna filloa que se había roto y por lo tanto no aumentaba la montaña, o se sentían magnánimas.
A continuación del patio y separada por una enorme y vieja puerta de madera, que además servía de blanco para practicar tiro, todavía estaba la era, en la que se encontraba una gran construcción, "o cuberto", que no era sino un alpendre en el que se guardaban las patatas y demás y que se utilizaba también para colgar y secar la gran cantidad de ropa que generábamos entre todos; también en la era estaban las cuadras de los cerdos y el gallinero y, todavía después, separada por una valla destartalada, había una pequeña huerta en la que El Portugués, Amadeo de Jesús, plantaba y cosechaba, todo aquello que a mamá se le ocurría, siguiendo las instrucciones de ésta, madrina, papá y el propio Portugués. Es decir, allí opinaban todos y todos discutían sobre la mejor manera de lograr y hacer algo.
Y, en la fachada del edificio que daba a la calle, en una de sus paredes (que las niñas, no sólo las de la casa, usábamos para juegos de pelota como: "a la Ina - ni idea de lo que es-, sin mover, sin reir, sin hablar, de un pié, pasa al otro pié, de una mano, pasa a la otra mano, al "topeté", atrás y adelante, a la "caracolilla", salúdame niña, la vuelta más grande de toda mi vida...", la primera vez podías moverte y si no perdías, continuabas, sin moverte, sin reirte....), la que estaba junto a la puerta de entrada a "La droguería", todavía había una argolla de hierro que, en sus tiempos, sirviera para atar las caballerías.
Ésto y todavía más era aquel edificio que ya no está. Así era todo lo que cobijaba en su interior, ésta y más era su vida. Así es lo que yo hoy evoco con auténtico placer, pero también con mucha morriña. Aquella casa la conservo en ese lugar especial en el que guardamos y atesoramos los recuerdos más queridos, más importantes y preciados y es precisamente ahí, en ese sentimiento, en ese almacén, en el que nuestra casa siempre será MI casa.

1 comentario:

Cachito dijo...

Yo no llegué a conocer el Séptimo Cielo en activo, sino sólo como un cuarto prohibido. Las niñas, las de mi edad, decían que allí había fantasmas y esa era la razón de que se nos prohibiera la entrada. Luego escuché montones de historias sobre el sitio, la mayoría, imagino, inventadas aunque no entiendo el interés de que no subiéramos... ¿por no desordenar?
El resto de la casa la tengo en mente como si acabara de estar allí... algunos recuerdos tan sentidos que casi los huelo, como el jabón del cuarto de baño de Manana y Pachí. La galería que daba al patio, siempre la encontré preciosa, y siempre me pregunté por qué daba a una zona oculta, cuando hubiera lucido preciosa en la fachada de la casa.
Un recuerdo muy claro es también el saludo de la mañana al abuelo que estuviera en el "teléfono":
- Buenos días (beso)
- Buenos días ¿cómo descansaste? (beso)
- Bien ¿y tú?
- Bien, gracias.
El ritual era exacto todos los días. Sin excepciones. Luego, a la cocina, a desayunar.