sábado, 21 de julio de 2007

Este espacio y su contenido

¿Qué es este espacio para mí?, ¿pretende algún tipo de trascendencia?. Es lo que trato de averiguar y desde luego que no a la segunda pregunta.
¿En qué se va a convertir?, no lo sé y ni siquiera sé si tiene que ser algo más que lo que ya ha comenzado a ser (si se pudiera decir que efectivamente es algo).
Sólo, y creo que no es poco, pretendo ir derramando en este lugar palabras que no pronuncio, cosas que tengo dentro de antiguo y que nunca he dicho, otras que me surgen de repente, sentimientos o carencias que salen "al coger la pluma y ponerme a escribir", recuerdos pequeños o grandes, importantes o totalmente nimios y posiblemente sin ningún interés para nadie más que para mí. Y también es posible que incluso para mí pierdan interés en cuanto estén escritos. Una vez volcados, una vez vacía yo de lo que escriba. Ya está, sin más.
Ahí quedarían, sin ánimo de molestar a nadie ni siquiera de despertar interés, pero tampoco prohibidos y no serían, posiblemente, nada más que palabras enlazadas, formando frases con cierto sentido, como una redacción de la escuela. ¿O nada menos?.
Sonrío ahora, por ejemplo, al recordar aquel día ¿hace cuántos años?, en que Sarita y yo nos escapamos de aquella pequeña (aunque entonces me parecía enorme) escuela de párvulos, en la que todavía estábaos mezclados niñas y niños. Aquella escuela de los más pequeños del pueblo, con láminas adornando las pareces y una maestra a la que todos llamaban "la parvulita".
Me dejé arrastrar por mi amiga aunque la inquietud que sentía y que ha seguido mostrándose ante cualquier situación insegura durante el resto de mi vida, me decía que no debíamos hacerlo y que además, a mí no me iba a salir bien. No recuerdo qué años tendríamos, pero supongo que 4 o 5. Corrimos como delincuentes la distancia que nos separaba de nuestras casas que estaban pegadas, la mía antes que la suya en la dirección de nuestra escapada, mirando a todos lados y yo barruntando que aquello no iba a durar.
Al pasar delante del portal de mi casa, que era grande y de puertas abiertas, estaba Amparo fregando el suelo como se hacía antes: de rodillas y cepillo en mano. Amparo, que era una de nuestras recordadas y queridísimas criadas (qué difícil y estúpido se me hace designar con esa palabra el trabajo de aquellas personas, pero lo hago porque así se les designaba entonces, aunque en mi casa eran, porque con nosotros vivían y así lo creíamos, parte de nuestra familia) levantó la mirada y gritó: "¡eh!, ¿adónde vais?". Sarita siguió corriendo para salvar los escasos 3 o 4 metros que nos separaban de su portal, pero a mí me alcanzó Amparo y, sin necesidad de consultar nada, me devolvió a la escuela.
A mi amiga aquel día ya no la volví a ver y ahora deduzco que sería debido a que no había en su casa una vigilante como Amparo, con gran sentido común y del deber. Supongo que lloré, pero ahora, como tantas veces al recordarlo, sonrío y pienso en aquella Sarita, ahora Sara, que ya apuntaba maneras de carácter, decisión y dominio suficientes, para arrastrar y seducir a otros y para convertirse en lo que es ahora mismo: una mujer con una gran fuerza, carácter y una arrolladora y espléndida simpatía. Y evoco también a Amparo, que junto con Eva su hermana (¡qué guapa me parecía Eva!), forman parte de mi infantil casa, junto con el resto de habitantes que, supongo, irán saliendo poco a poco.

No hay comentarios: