sábado, 12 de julio de 2008

NIÑA AZUL MAR



Todavía aquella pequeña protagonista de la verídica historia que sigue, recuerda el apuro que pasó. Pero como si de un laboratorio se tratara, ella hizo el experimento. Los niños tienen que arriesgarse para aprender y, de los errores, posiblemente siempre surgen enseñanzas.
He elegido una foto antigua de la playa en la que sucedió, aunque antes el acceso era un poco más complicado. Ésta ya tenía escaleras.


Aquella pequeña y regordeta niña, un poco solitaria, que solamente tenía hermanos y hermanas mayores y una maravillosa sobrina, también mayor que ella, que era la que la acompañaba y con la que compartía, amigas, comidas y algunos de sus infantiles juegos, estaba pasando unos días en casa de de una de sus hermanas casadas, en una atlántica ciudad con hermosas playas.
Esa niña tenía un rico y poblado mundo interior, quizá precisamente por la mansedumbre y docilidad de su carácter y era, por tanto, perfectamente capaz de estar, jugar y divertirse ella sola porque, cuando no tenía compañía, la suplía con su imaginación.
Así que, a esa pequeñuela de pueblo sin costa, la encontramos en aquella playa, cuyo maravilloso pinar guarda todavía olores y sabores a tortilla de patatas, filetes empanados y vino con gaseosa (el tinto de verano actual), con una gran pandilla de matrimonios y gentes mayores que, quizá debido a su carácter tranquilo y reposado, apenas le prestan atención más que para atender sus primeras y primordiales necesidades.
Y ella, transcurrido el tiempo de jugar y divertirse con el cubo y la pala y, en cuanto sus mayores le dan permiso, después de haber respetado convenientemente las tres horas desde la última comida, con su redondo y fuerte flotador, juguetea en las frías aguas queriendo aprender a nadar como aquellas personas que entran y se alejan entre la mar rizada y profunda. Ella querría, como aquellos, estirarse sobre el agua y avanzar, correr, nadar, ni sabe hasta dónde.
Una y otra vez entra en el agua, se intenta estirar sobre las pequeñas olas e, indefectiblemente, mientras su tronco y brazos reposan y chapotean en el agua, sus piernas y pies se hunden. Así que su pequeño cerebro, después de incontables intentos y de muchas entradas y salidas piensa que, si su parte superior flota y la inferior se hunde ¿por qué tiene que ponerse en la cintura el flotador?, ¿por qué no harán flotadores para las piernas?. Sigue la reflexión y decide que ya que es así, ella puede dejar el redondo adminículo colocado a la altura de las rodillas.
Allá va la niña, la inventora, la que experimenta, la confiada, la solitaria, la que se vale por sí misma, con el flotador en las rodillas. Allá va...
En cuanto se estira sobre la mar rizada, las piernas suben, pero es entonces cuando su torso, al que va unida la cabeza, quiere desaparecer bajo el agua. Chapotea, iza su cabeza, que se cansa y cae, le entra agua por la nariz, le falta la respiración, mueve las piernas para deshacer el abrazo del flotador, baja las manos y encuentra arena ¡menos mal!, un punto de apoyo... Descansa para pensar y volver a chapotear, y seguir pateando. Mientras, parece que nadie la ve pues nadie acude a su amparo.
No sabe la niña regordeta y apacible cuantos minutos transcurren peleando con el agua y el flotador, tampoco distingue el agua que tragó, ni siquiera el miedo que la pudo atenazar, hasta que por fin, no sabe cómo, se vio libre.
Corrió al lado de sus mayores que ni se enteraron, hasta que sus ganas de diversión, de vida, de alegría, de querer saber y aprender la devolvieran al agua después de comer y jugar en la arena hasta que pasara el tiempo siempre medido por alguien.
Y hoy, transcurridos casi todos los años de una vida, se ve de nuevo en aquella playa, a la que había que acceder, con bastante cuidado por unas escaleras surgidas por la obstinanción y tenacidad de las gentes que querían disfrutar de toda la belleza que atesoraba, con una evocadora mirada y una amplia sonrisa en el maduro y vivido rostro, al tiempo que piensa que quizá aquella experiencia haya influido en el respeto inmenso que siente por la mar, por su peligro siempre escondido y acechante, por su belleza y su atractivo casi infinito.

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