sábado, 3 de noviembre de 2007

LOS ESCAPARATES YA DICEN QUE SE ACERCA

Escudo de Silleda extraído de Wikipedia.











Otra de las cosas que se han quedado prendidas en mi memoria, aunque a veces mezcladas o incluso todas en una, son aquellas cenas navideñas en mi casa, la casa de mi alma, la que ya no está.
Supongo que serían, comparándolas con el consumo exacerbado que hoy "padecemos", cenas sencillas aunque riquísimas y, desde luego, llenas de amor. El menú que ahora recuerdo y que sería seguramente, salvo ligeras variantes, el mismo cada año porque eso es la tradición, se componía de bacalao con coliflor (que todavía continúa siendo típico en muchos hogares actualmente) y que, además en aquella casa, como había personas a las que no le gustaba la coliflor, se enriquecía poniendo además nuestros grelos. Desde luego, pocos o muchos, no faltaban tampoco algunos turrones, figuritas de mazapán y otros dulces navideños.
Allí, al calor de aquella cocina de hierro, calentitos, en aquella enorme mesa, alrededor de la que nos sentábamos todos, mayores y niños, la calidez, que no sólo desprendía el fuego del hogar, se veía acrecentada, con el cariño, el amor, el respeto e incluso la complicidad.
Ahora, que en esta ciudad y probablemente en alguna otra, los escaparates comienzan a estar adornados señalando que se acerda Navidad, lo cual me parece absolutamente exagerado, a mi memoria llegan las manos fuertes de papá, la timidez de Nolete o Soco, la calidez de mamá, la presencia maravillosa para mí de Padrino, Purita, Marisa y Antonio, la determinación y aquel "aire" de Maricarmen, los rizos y los preciosos vestidos de Gelucha, el ruidoso y hacendoso silencio, permanentemente presente de Madrina, el bigote de José Ramón y, a su lado casi siempre, nuestro dulce Mauro, que sabía sacar de aquella mesa sones de pandeiro, con sus hábiles y ejercitadas manos, cuando llegaba el momento de los cánticos regionales (porque llegaba y era papá quien generalmente se arrancaba con un "a raiz do toxo verde..."). Había también juegos en los que participábamos todos, conversaciones, muchas bromas y risas hasta altas horas.
Y todavía, algún año, esas cenas se veían agrandadas y enriquecidas por otras presencias. Recuerdo a Binucha y a Gelucha (intentando poner aire de ¿profesionales?) cantando, terriblemente mal, lo que hacía partirse de risa a los demás, algún trozo de zarzuela. También recuerdo el año en que la familia, a la que ya pertenecía Pilar, se vió aumentada, con satisfacción por parte de todos, porque nos acompañaron sus padres y su hermana Mary.
Y hace pocos días leía que es malo aferrarse a los recuerdos y posiblemente sea cierto vivir en el pasado únicamente a través de ellos, instalarse en la comodidad, que acentúa la distancia, de que otras épocas vividas fueron mejores. No es lo que pretendo (si algo pretendo), deseo, ni quiero, sino de una maravillosa evocación que, además, me obliga a que, determinados sentimientos, algunas actitudes, aquellas formas sencillas de compartir, no pasen de moda al menos para mí.
El materialismo y el consumismo que vivimos en estos días y que quizá tenga sus raices en la escasez pasada, debería mirar, cuando menos con ternura, esas imágenes que muchos todavía conservamos.


2 comentarios:

Cachito dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Cachito dijo...

Yo no llegué a conocer esas cenas navideñas, pero sí tengo aún en mente otras comidas familiares en aquella (para mi tamaño de entonces) inmensa mesa donde se reunían todos.
No sé por qué, se me viene a la cabeza una en concreto donde yo, con la misma osadía que cuentas de Gele, me arranqué por un "Toro enamorado de la luna" (no recuerdo cómo se llamaba de verdad, pero creo que sabes cuál es), ante el micro de una modernísima, para la época, grabadora de tío Plácido.

Ahora entiendo por qué papá amaba tanto esas fiestas.