miércoles, 31 de octubre de 2007

LAS DOS.

Ellas son dos. María y Elia, por orden de nacimiento ya que no hay otra razón para citar a una antes que la otra y, a pesar de que ninguna es perfecta, sí creo que lo es mi amor por ellas.
Es tan total, tan incondicional que no sé si de alguna manera o en alguna circunstancia podría dejar de ser.
Es tan grande y silencioso mi cariño (aunque a menudo les diga que las quiero), que ni siquiera me atrevo a acariciarlas o a tocarlas como lo hago con las cosas que me admiran. Como toco esas piedras centenarias para sentir su alma, como me he agachado a tocar alguna piedra de la Vía Sacra, del Coliseo o, incluso, algún trozo de mármol tirado en el suelo en la vieja Roma. Como toco las pareces o las columnas de un monasterio, abandonado o no. Como poso mi mano sobre una estatua salida de una lejanísima excavación, si tengo posibilidad de hacerlo. Como me gustaría rozar, tocar, sentir el ser de esa o aquella pintura. Como me gustaría pasar a formar parte de ese cuadro o esa pieza musical.
A ellas dos, ni siquiera puedo tocarlas así, tampoco lo necesito porque ya están mezcladas conmigo; a veces, incluso, creo que con Juan, forman parte de mi flujo sanguíneo.
Y, aún así, ellas son otras vidas. Pero así debe y tiene que ser.

1 comentario:

Cachito dijo...

¡Esta vez me has hecho llorar! Precioso comentario.